Mujeres, interculturalidad y cuidados en Bolivia

29 de Octubre de 2025
Four people outdoors with drinks; bottle and cups visible; brick wall and blue sky behind.

Las mujeres bolivianas, desde la riqueza de sus identidades culturas y territorios contribuyen al sustento de la economía del país con el trabajo que realizan dentro y fuera de sus hogares. Las mujeres hacen parte del tejido económico y productivo del país cada vez de manera más protagónica, las mujeres asisten a las universidades e institutos técnicos, han mejorado sus conocimientos y sus capacidades y las empresas contratan mujeres en diferentes cargos que en otro tiempo estaban ocupados exclusivamente por hombres. Su aporte comprende tanto actividades productivas como la agricultura, el comercio, la manufactura o el trabajo asalariado, así como aquellas tareas históricamente invisibilizadas, en especial el trabajo doméstico y de cuidados no remunerados.

A pesar de enfrentar desigualdades estructurales que limitan su autonomía económica y política, ellas impulsan prácticas de transformación, solidaridad e innovación en los cuidados y en sus comunidades. Reconocer, valorar y redistribuir su aporte económico, social, político y cultural es imprescindible para avanzar hacia un país más justo, sostenible y equitativo.

El trabajo de cuidados es un eje central para entender la vida cotidiana, la economía y la cohesión social. En Bolivia, la economía del cuidado constituye una base estructural del sistema socioeconómico, al garantizar el bienestar de la población y la sostenibilidad de las actividades productivas. Sin embargo, ha sido históricamente invisibilizada y relegada al ámbito doméstico, bajo la responsabilidad casi exclusiva de las mujeres. El cuidado abarca actividades, servicios y vínculos que atienden necesidades esenciales como la salud, la alimentación, la educación y el acompañamiento afectivo, siendo elementos indispensables para el desarrollo social y económico del país.

Con esta visión, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Bolivia se centra en promover la equidad de género, la justicia social y, el desarrollo sostenible e impulsa la generación de evidencia y conocimiento para visibilizar el trabajo de cuidados – remunerado y no remunerado – como un pilar fundamental para el bienestar social y económico y busca redistribuir esta responsabilidad de manera equitativa entre el Estado, el mercado, la comunidad y los hogares. En este sentido, acompaña los esfuerzos del Estado y de las organizaciones sociales para avanzar hacia un sistema nacional de cuidados que reconozca, valore y redistribuya el trabajo de cuidado, promoviendo la corresponsabilidad social y una mayor equidad de género.

Desde el altiplano hasta la Chiquitanía y las ciudades intermedias, las mujeres combinan saberes ancestrales, redes comunitarias e iniciativas colectivas para sostener la vida frente a la desigualdad, la precariedad y los cambios sociales. Estas historias invitan a reconocer el cuidado como un acto colectivo que sostiene la vida, la comunidad y la esperanza de un país más justo. La reflexión busca visibilizar las prácticas, desafíos y aprendizajes que emergen de sus experiencias, así como subrayar la necesidad de avanzar hacia un sistema nacional de cuidados con enfoque intercultural y de género.

Historias de cuidado y resiliencia desde las mujeres y sus territorios:

  •  Qurpa - Jesús de Machaqa: El cuidado en el altiplano aymara

En Qurpa, una comunidad aymara del altiplano, la vida comienza antes del amanecer. Lina, autoridad comunitaria, se levanta a las 5 de la mañana para preparar el desayuno y atender a sus hijos y al ganado. En su comunidad, la dualidad chachawarmi (hombre-mujer) organiza la vida, pero las mujeres como Lina sienten que su voz aún es menospreciada en las asambleas. A pesar de ello, Lina y otras mujeres han aprendido de sus abuelas a “no estar sentadas”, a buscar siempre el sustento y el bienestar de la familia. El cuidado aquí no solo es de personas, sino también de animales y de la tierra. Cuando la salud falla, Lina recurre a plantas medicinales y rituales para llamar el “ajayu” de sus hijos, transmitiendo saberes ancestrales que sostienen la vida en la comunidad.

  • Copacabana: Entre el turismo y la fe

Zulema, vendedora en el mercado de Copacabana, equilibra cada día el trabajo en su puesto y el cuidado de su familia. La jornada empieza temprano, preparando el desayuno y organizando el día para sus hijos. En temporada alta, el puesto se convierte en hogar: los niños hacen tareas, juegan y descansan entre cajas y mantas. La fe en la Virgen de Copacabana es parte de la vida cotidiana y de las estrategias de cuidado. Cuando una hija de una amiga necesita apoyo, la red de mujeres del mercado se activa. Además, Zulema participa en la gestión del Centro de Educación Especial “Virgen de Candelaria”, un espacio creado por madres para atender a niños y jóvenes con discapacidad, demostrando que la solidaridad puede suplir la falta de apoyo estatal.

  • Mercado Max Paredes: El puesto como hogar

María vende ollas en el mercado Max Paredes de La Paz. Su puesto es mucho más que un espacio de trabajo: es el lugar donde cuida a sus hijos, les da de comer y los ayuda con las tareas escolares. La jornada empieza a las 5 de la mañana y termina entrada la noche. María desconfía de las guarderías, prefiere tener a sus hijos cerca, vigilarlos mientras atiende a los clientes. Cuando alguno se enferma, recurre a las vendedoras de hierbas del mercado, que preparan mates y remedios tradicionales. El puesto es también un espacio de aprendizaje: sus hijas mayores ayudan en la venta y cuidan a los más pequeños, aprendiendo desde niñas el valor del trabajo y el cuidado.

  • Mizque: Cuidar en comunidad

En Mizque, municipio rural de Cochabamba, Janeth es madre y comerciante. Cada mañana, antes de que amanezca, prepara la comida, atiende a los animales y organiza el día para sus hijos. Cuando debe ir al mercado, sus hijos mayores se quedan a cargo de los más pequeños, aprendiendo a cocinar y a cuidar. En la comunidad, el centro infantil “Wawa Wasi” es gestionado por mujeres, generando confianza y arraigo. Janeth confía en las promotoras del centro porque son vecinas y familiares, y sabe que sus hijos estarán bien cuidados mientras ella trabaja. El uso de plantas medicinales y la transmisión de saberes ancestrales son parte de la vida cotidiana, y en tiempos de enfermedad, las mujeres recurren a “hierbitas” y remedios caseros antes que al centro de salud.

  • Quillacollo: Cambios generacionales y nuevos desafíos

Mariana, joven madre de Quillacollo, observa cómo han cambiado los roles de género en su comunidad. Aunque aún recae sobre ella la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidado, nota que las nuevas generaciones empiezan a compartir responsabilidades. Mariana valora el diálogo y el acompañamiento emocional con sus hijos, y aunque desconfía de las guarderías, reconoce la importancia de buscar apoyo profesional cuando es necesario. La vida en Quillacollo es un equilibrio constante entre el trabajo, el cuidado y la búsqueda de tiempo libre, un lujo escaso para muchas mujeres.

  • La Cancha: El arte de cuidar y vender

Araceli vende telas en La Cancha, el gran mercado de Cochabamba. Su día empieza antes del amanecer y termina entrada la noche. Mientras atiende a los clientes, cuida a sus hijos, los alimenta y los ayuda con las tareas escolares. Cuando eran bebés, los llevaba en el aguayo y los dormía en cajas improvisadas bajo el puesto. La falta de guarderías públicas obliga a las madres a ser creativas y a apoyarse entre sí. Araceli también cuida de animales y plantas en casa, integrando el cuidado de seres vivos en su rutina diaria. La medicina tradicional y los remedios caseros son parte de su arsenal para enfrentar enfermedades y malestares.

  • Concepción – Organización de Indígenas Chiquitanos: Resiliencia en la Chiquitanía

Ignacia, miembro de la Organización de Indígenas Chiquitanos (OICH), vive en la Chiquitanía cruceña. Su jornada comienza a las 5 de la mañana, entre el cuidado de la chacra, la crianza de sus hijos y la participación en la organización comunitaria. Las mujeres chiquitanas enfrentan una doble o triple jornada laboral, combinando trabajo agrícola, cuidado familiar y liderazgo en la comunidad. La falta de centros de cuidado institucionalizados y la precarización de la vida por crisis ambientales refuerzan la importancia de la solidaridad y el apoyo mutuo. Ignacia y sus compañeras sueñan con un futuro donde las mujeres sean reconocidas y valoradas por su trabajo y liderazgo.

  • Montero: Migrar, cuidar y resistir

Rosa llegó a Montero tras migrar desde el occidente de Bolivia. Como madre sola, ha enfrentado la sobrecarga de trabajo. Su tienda es también hogar, comedor y aula para sus hijos. Rosa recuerda los días en que debía dejar a su hija en una bañera mientras trabajaba como empleada doméstica. La angustia de no poder cuidar a sus hijos la acompaña, pero también la fuerza para salir adelante. En Montero, las mujeres se apoyan entre sí, comparten estrategias y saberes, y luchan por mejores condiciones para sus familias.

  • Plan 3000: Interculturalidad y redes de apoyo

En el Plan 3000 de Santa Cruz, Gaby, migrante de tierras altas, ha encontrado una nueva vida. Su tienda es el centro de la vida familiar: allí cocina, ayuda a sus hijos con las tareas y atiende a los clientes. La convivencia de migrantes de distintas regiones genera una pluralidad de prácticas de cuidado. Las redes de apoyo entre vecinas y comerciantes son clave para la sostenibilidad de la vida cotidiana. Gaby sabe que, aunque la vida es dura, no está sola: la solidaridad y la creatividad de las mujeres de la zona hacen posible que el cuidado sea una tarea compartida.

En conjunto, estas historias muestran que el cuidado es el sostén de la vida y base de la cohesión social en Bolivia. Reconocerlo como un derecho humano implica garantizar que todas las personas, en todas las etapas de su vida, tienen derecho a cuidar, ser cuidadas y autocuidarse con dignidad, sin discriminación y con apoyo del Estado y la comunidad. Esta perspectiva supera visiones asistencialistas o exclusivamente centrados en la familia, y permite avanzar hacia sistemas que garanticen provisión, acceso, calidad y redistribución del cuidado con justicia social y enfoque intercultural.

Aunque las mujeres continúan asumiendo la mayor parte de las tareas de cuidado, tanto en el hogar como en la comunidad, es urgente ampliar la reflexión sobre el papel de los hombres. La corresponsabilidad debe traducirse en prácticas concretas que cuestionen los modelos tradicionales de la masculinidad. La escasa participación masculina observada en los territorios no solo evidencia una carga desigual, sino también una oportunidad para promover procesos pedagógicos, culturales y políticos que promuevan una ética del cuidado compartido.

El cuidado se transmite entre generaciones, pero también es reconfigurado por niñas, niños y jóvenes, quienes observan, aprenden, cuestionan y transforman los roles que les rodean. Su participación, aunque muchas veces invisibilizada, es clave para comprender cómo se socializa el cuidado en contextos comunitarios. Reconocer su agencia es fundamental para diseñar estrategias intergeneracionales que rompan estereotipos, y fomenten una cultura del cuidado más equitativa y sostenible.

Para avanzar hacia una sociedad más justa, Bolivia necesita construir un sistema nacional de cuidados que reconozca su diversidad cultural y territorial. Esto requiere políticas públicas que valoren los saberes y prácticas locales, e incluyan la voz de mujeres indígenas, rurales, urbanas y migrantes en la toma de decisiones. La corresponsabilidad debe ser el eje central: el cuidado no puede seguir siendo una carga exclusiva de las mujeres, sino una tarea compartida entre Estado, comunidad, familias y hombres.

Es fundamental fortalecer la infraestructura y los servicios públicos de cuidado, especialmente en áreas rurales, comunidades indígenas y barrios populares. Esto implica ampliar la oferta de centros infantiles, espacios para personas con discapacidad y adultos mayores, asegurando que sean culturalmente pertinentes y gestionados con participación comunitaria. También es necesario dignificar el trabajo de las cuidadoras, tanto remuneradas como no remuneradas, garantizando derechos laborales, acceso a la seguridad social y espacios de autocuidado.

Una política pública de cuidados debe basarse en diagnósticos participativos, datos desagregados y la articulación de saberes tradicionales y sistemas de salud y educación. Solo así se podrán reducir las desigualdades, visibilizar el aporte de las mujeres y construir una Bolivia donde el cuidado sea un derecho, una responsabilidad colectiva y un pilar para el desarrollo sostenible y la igualdad de género.