Comunidades que renacen en la Chiquitanía y Pantanal

Huertos que siembran esperanzas

4 de Noviembre de 2025

En muchas comunidades de la Chiquitanía y El Pantanal cruceño, el acceso a agua define el cambio real en las condiciones de vida de las familias locales.

©PNUD Bolivia

En muchas comunidades de la Chiquitanía y Pantanal en la frontera con el Brasil, los incendios forestales se han convertido en una amenaza recurrente que cada año pone a prueba la resiliencia de su gente. Allí, mujeres y hombres trabajan con determinación por salir adelante, buscando oportunidades de crecer y prosperar.  

Agua y vida que florece en la Chiquitanía y el Pantanal 

En el corazón de la Chiquitanía, donde el sol abraza la tierra y el acceso al agua se convierte en esperanza de desarrollo, las comunidades han demostrado que la transformación nace cuando se une la voluntad colectiva con un propósito compartido. 

Durante años, las familias de las comunidades de Quituquiña, Pororó y Taperitas en el municipio de San José de Chiquitos enfrentaron el desafío diario de conseguir agua. El acceso era escaso, los pozos no siempre daban resultado, y muchas veces las mujeres recorrían largas distancias cargando baldes para abastecer sus hogares. Sin embargo, la historia empezó a cambiar cuando decidieron actuar juntas, con el apoyo de instituciones comprometidas y la fuerza de su comunidad. 

“Antes usábamos agua de las cunetas, ahora tenemos grifos en cada casa”, relata Ronald Zeballos, presidente de la Asociación Comunitaria de Agua. 

En estas comunidades, el acceso al agua limpia y segura ya no es una preocupación diaria, sino una realidad construida con esfuerzo compartido. Gracias al trabajo conjunto entre el gobierno local, la comunidad organizada y el PNUD en Bolivia, 98 familias hoy cuentan con sistemas diversificados que combinan la cosecha de lluvia, tanques elevados de hasta 10 mil litros, bombeo solar y redes de distribución por tubería. 

Esta solución integral no solo mejora la calidad de vida, sino que reduce la dependencia de fuentes externas y facilita las tareas cotidianas, especialmente para las mujeres, quienes históricamente han asumido la carga del acceso al agua. 

El cambio va más allá de la infraestructura, la comunidad aportó la mano de obra y una cuota mínima para el mantenimiento del sistema, fortaleciendo así su sentido de corresponsabilidad y autogestión. Cada conexión instalada es también un símbolo de organización, compromiso y esperanza compartida. 

Pero el cambio no se detuvo en los grifos. Con el agua llegaron también los huertos familiares y la recuperación de los cultivos originarios: yuca rosada, arveja chiquitana, además del cultivo de hortalizas, como lechugas y tomates florecen en los patios de las casas y en los viveros comunales. Mujeres como Eugenia Choré aprendieron técnicas de riego por goteo y ahora cultivan alimentos para su familia y la comunidad, mientras adolescentes como Ruth Cárdenas, de 12 años, descubren el valor de sembrar y cuidar la tierra. 

“No habíamos probado esos cultivos en más de 40 años”, cuenta una vecina, sonriendo al recordar el sabor de su primera cosecha. 

Cada sábado, la comunidad se reúne para extender las conexiones del sistema de agua, cocinar en olla común y compartir historias bajo la sombra de los árboles que hoy vuelven a crecer gracias a los viveros comunitarios para la reforestación. 

Así, en medio de los desafíos ambientales y sociales, la Chiquitanía está escribiendo una nueva historia: una historia de unión, de resiliencia y de vida. Una historia donde el agua no solo corre por las tuberías, sino también por las venas de una comunidad que aprendió a transformar la escasez en abundancia, y la necesidad en oportunidad. 

“Antes usábamos agua de las cunetas, ahora tenemos grifos en cada casa”
Ronald Zeballos, Presidente de la Asociación Comunitaria del Agua de las comunidades Quituquiña,, Pororó y Taperitas (San José de Chiquitos)

Sembrar para resistir 

De manera similar a la experiencia chiquitana, en la zona de El Pantanal florecen los huertos familiares y escolares. En las comunidades de Carmen Viejo y Santa Ana, en el municipio de El Carmen Rivero Tórres, padres, madres, jóvenes y docentes han convertido patios y terrenos baldíos en espacios de vida y cultivo. 

“Estoy contenta porque ahora ya tengo verdura en casa, ya no preciso ir al mercado a comprar. Ahora puedo cocinar ensaladas frescas para mis hijos y hasta vender lo que me sobra”, comparte María Elena, quien estrenó su primer huerto con tomates, lechugas y zapallos. 

Más que garantizar la seguridad alimentaria de 48 familias, los huertos han permitido un nuevo sentido a la organización comunitaria: han fortalecido las alianzas y el sentido de sororidad entre madres, esposas e hijas, y generado dinámicas de intercambio de productos entre familias y comunidades vecinas. 

Al mismo tiempo, las familias productoras han adquirido conocimientos técnicos específicos sobre el manejo de huertos y de riego. Estos huertos no solo contribuyen a la economía familiar en tiempos de precios altos, también enseñan a las nuevas generaciones a valorar la tierra y a prevenir incendios mediante del manejo comunitario del fuego. 

Estas experiencias son hoy ejemplos de cómo las comunidades fronterizas se organizan para enfrentar los desafíos. Las y los jóvenes bachilleres reciben capacitación para prevenir y combatir incendios, adultos que coordinan brigadas comunitarias, y las autoridades locales gestionan recursos para ampliar el impacto de estas iniciativas. 

La alcaldesa de El Carmen Rivero, Celvy Orellana Costa, lo resume con claridad: “Ya no podemos hablar de prevenir el cambio climático, nos toca adaptarnos. Y estas comunidades son ejemplo de que sí se puede”. 

Los apoyos vienen de diferentes frentes y la fuerza principal está en las familias que aprendieron a cuidar lo que antes talaban y a sembrar lo que antes se perdía en cenizas. 

Como una forma de responder de manera creativa al impacto negativo de los incendios en las comunidades, el proyecto Fortalecimiento de capacidades para la preparación y respuesta temprana a incendios forestales, ejecutado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Bolivia y la Fundación Amigos de la Naturaleza, con financiamiento de la Dirección General de Asuntos Humanitarios de la Unión Europea, ha impulsado soluciones innovadoras desde y con las comunidades de la Chiquitanía, el Pantanal y el Norte de la Amazonía. 

Entre 2024 y 2025, estas acciones han permitido enfrentar los impactos de los incendios forestales con propuestas adaptadas al territorio y a las necesidades locales. El acompañamiento técnico de especialistas del Programa de Desarrollo Agropecuario Sustentable (PROAGRO) y el Proyecto de Desarrollo Comunitario (PRODECO), socios del PNUD en Bolivia, ha sido clave para implementar esta experiencia con enfoque participativo y sostenible. 

“Ya no podemos hablar de prevenir el cambio climático, nos toca adaptarnos. Y estas comunidades son ejemplo de que sí se puede”
Celvy Orellana Costa, Alcaldesa Carmen Rivero Tórrez