El océano y la COVID-19

8 de Junio de 2020

La brusca desaceleración económica mundial causada por la COVID-19 está teniendo efectos generalizados no solo en los empleos, las economías y los gobiernos, sino también en los ecosistemas terrestres y marinos. A corto plazo, los efectos de la COVID-19 en la salud del océano han sido en gran medida positivos debido a la reducción de diversas presiones sectoriales que causan contaminación, sobrepesca, pérdida/conversión de hábitats, introducción de especies invasoras y los efectos del cambio climático en el océano. Si bien el océano puede disfrutar de algunos beneficios a corto plazo, los medios de subsistencia y la seguridad alimentaria de decenas o incluso cientos de millones de personas pueden verse gravemente afectados.

Ya se observan importantes disminuciones en las actividades de pesca, transporte marítimo, turismo costero, desarrollo costero y extracción de petróleo y gas. En una reciente encuesta informal realizada por The Economist durante uno de sus seminarios web de la World Ocean Initiative (Iniciativa Mundial del Océano) los participantes clasificaron los siguientes sectores oceánicos como los más afectados por la COVID-19: turismo 70,7 %, pesca 10,4 %, petróleo y gas en alta mar 7,2 %, transporte marítimo 6,2 %, energías renovables en alta mar 2,9 % y acuicultura 2,6 %.

Un estudio reciente del proyecto Cadenas mundiales de suministro sostenible para productos marinos del Fondo para el Medio Ambiente Mundial del PNUD mostró importantes reducciones en la demanda de camarón, pulpo, cangrejo, pargo, mero, calamar y dorado. Esto se debe a la menor demanda de los mercados de exportación, el reto de poner en práctica medidas sanitarias en los barcos pesqueros, las dificultades para acceder a los suministros y la escasez de mano de obra. En los Estados Unidos, dos tercios del pescado comercial se destina a restaurantes, muchos de los cuales ya están cerrados, por lo que esta demanda se ha desplomado. En el Ecuador, la disminución de la demanda de dorado, debida principalmente al colapso total del turismo, dio lugar a una importante reducción de los precios y ha hecho que la pesca no sea rentable. En Florida, la demanda de langosta ha disminuido debido a la eliminación de los mercados en China. 

¿Podría la reducción de la presión pesquera, impulsada por la COVID-19, dar lugar a la recuperación de las poblaciones agotadas? En el caso de la pesca, la mayoría de los estudios sugieren que se necesitan hasta 10 o 15 años de reducción de la actividad para que las poblaciones agotadas se recuperen, por lo que, en ausencia de reformas de la gobernanza y la gestión que mantengan reducida la presión, tal recuperación parece poco probable. También existe el riesgo de que algunos países aumenten el nivel de los subsidios a la pesca destructiva para contribuir a la recuperación del sector.

La COVID-19 también ha tenido un efecto drástico en el transporte marítimo internacional. Si bien a corto plazo las cantidades totales de carga solo han disminuido un poco, alrededor del 5 % interanual para marzo de 2020, y los puertos han seguido funcionando, se prevé una disminución del 10 % del comercio en contenedores para 2020, la mayor jamás registrada. A medida que la demanda se ha desplomado, muchos buques están siendo cooptados para el almacenamiento en alta mar del exceso de suministros de petróleo. Los cambios de tripulación son casi imposibles debido a las restricciones de viaje, por lo que unos 150.000 marinos han quedado atrapados a bordo durante los últimos meses, en detrimento de su bienestar físico y mental.

La reducción del tráfico marítimo disminuirá las emisiones de gases de efecto invernadero del sector; el transporte marítimo internacional representa alrededor del 2,5 % de las emisiones de este tipo de gases. Esta reducción de los gases de efecto invernadero beneficiará al océano al disminuir el ritmo de la acidificación, el calentamiento y la desoxigenación, pero, como en el caso anterior, si no se mantiene, el impacto general será modesto. También existe el riesgo de que al persistir los bajos precios del petróleo puedan desalentar los compromisos de la industria de pasar a una huella de carbono mucho más baja mediante una mayor eficiencia energética tanto en el funcionamiento como en el diseño de los buques.

El turismo ha estado casi paralizado a causa de las restricciones impuestas a los viajes internacionales. La reducción a corto plazo sin duda traerá algunos beneficios para los ecosistemas costeros debido a la menor presión ejercida por actividades como la navegación y el buceo, así como la disminución de las emisiones provenientes de aguas residuales de los hoteles costeros en gran parte desocupados. Sin embargo, los impactos socioeconómicos que la drástica reducción de la actividad turística tiene sobre los empleos y negocios del turismo costero no tienen precedentes y han generado preocupación acerca de cómo se recuperará la industria a mediano e incluso a largo plazo.

Una desaceleración de la construcción costera y de otros proyectos puede tener beneficios a corto plazo al reducir el estrés en los ecosistemas costeros, pero es poco probable que estos perduren una vez que se recupere dicha actividad.

El sector del petróleo y el gas está pasando por una de las mayores correcciones de su historia debido tanto a la reducción de la actividad económica como al éxito limitado de la OPEP para restringir la producción. La demanda se ha desplomado y el petróleo recientemente ha cotizado por debajo de cero. La considerable disminución del consumo de combustibles fósiles ya está dando lugar a reducciones apreciables de las emisiones de gases de efecto invernadero que benefician al océano al frenar los efectos del cambio climático. Ya se prevé una disminución del 5 % o más de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero en 2020.
La forma en que el sector de los combustibles fósiles resurja tras la COVID-19 tiene una enorme importancia no solo para el océano sino para toda la agenda del cambio climático; algunos incluso predicen que el "pico de la demanda de petróleo" podría producirse en 2020 en lugar de más hacia 2030 como observaban proyecciones anteriores. Sin embargo, la forma en que los gobiernos respondan en apoyo de la energía renovable y la eficiencia energética será igualmente importante.

El PNUD mantendrá su labor en materia de gobernanza de los océanos constantemente enfocada en ayudar a los países en desarrollo a orientar sus economías oceánicas hacia una utilización integrada, sostenible y basada en los ecosistemas mediante el fortalecimiento de la gestión y la gobernanza de los océanos. Con ello y junto con sus socios apoyará la recuperación y ayudará a los países a abordar los cambios desencadenados por la COVID-19 en la pesca, la acuicultura, el transporte marítimo y el turismo costero en los marcos normativos, reglamentarios e institucionales nacionales y regionales.